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jueves, 9 de enero de 2014

Nuestra actitud marca la diferencia

Había una vez dos hombres, el señor Wilson y el señor Thompson; los dos se encontraban gravemente enfermos en la misma habitación de un hospital, bastante pequeña por cierto, solo había lugar para las dos camas, una puerta que daba a un pasillo y una ventana que se habría al mundo exterior. Como parte de su tratamiento, Wilson debía permanecer sentado en la cama durante una hora todas las tardes, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama se encontraba junto a la ventana. Pero Thompson debía permanecer acostado durante todo el día. Los dos tenían que estar quietos y en silencio, razón por la cual se encontraban en la pequeña habitación. Estaban agradecidos por la paz y la privacidad que había en el lugar, y porque estaban alejados de todo bullicio, los ruidos y las miradas entrometidas habituales en la sala general. Por supuesto, debido a su condición no se les permitía hacer mucho: no podían leer, escuchar radio ni mirar televisión. Debían permanecer quietos y en silencio. Sin embargo, solían charlar durante horas acerca de sus esposas, hijos, hogares, trabajos, pasatiempos, infancia, de lo que habían hecho durante la guerra, y a donde habían ido de vacaciones. Cada tarde, cuando Wilson debía permanecer sentado en la cama durante una hora, como parte de su tratamiento, pasaba el tiempo describiendo lo que podía divisar a través de la ventana. Al escuchar sus comentarios, Thompson comenzaba a vivir aunque más no fuera durante esas horas.

Aparentemente la ventana daba a un parque con un lago, donde los niños alimentaban a los patos y cisnes, veleros de juguetes surcaban la aguas y jóvenes enamorados caminaban tomados de las manos bajo los árboles, podía observarse la magnifica vista de la ciudad. Thompson escuchaba los comentarios de Wilson, y disfrutaba cada instante: “un niño que casi cae al agua, hermosas niñas con su vestidos de verano, un emocionante juego de pelotas o un niño que jugaba con su perrito.” Era como si pudiera ver lo que ocurría afuera. Una tarde en que había una especie de desfile, un pensamiento lo turbó: “¿Por qué Wilson, que se encontraba junto a la ventana, podía disfrutar al ver lo que ocurría afuera? ¿No debería yo tener la misma posibilidad?” Se sitió avergonzado y trató de no pensar en eso, pero cuando más lo intentaba, mayor era su deseo de experimentar un cambio. ¡Algo tenía que hacer! Al cabo de unos pocos días se había llenado de amargura. El debería estar junto a la ventana. Meditaba con cierta melancolía. No podía dormir y aún su salud empeoró gravemente. Los médicos no podían comprender lo que sucedía.

Una noche, mientras Thompson tenía la vista fija en el techo, Wilson despertó de repente, tosía mucho y se ahogaba, los líquidos congestionaban sus pulmones, sus manos buscaban el timbre que traería a la enfermera de noche inmediatamente. Thompson miraba inmóvil. En la oscuridad. Wilson tosía cada vez más. Luego su respiración se detuvo. Pero Thompson siguió con la mirada clavada en el techo.

A la mañana siguiente la enfermera de día que entró en la habitación con agua para bañarlos, encontró a Wilson muerto. Retiraron su cuerpo silenciosamente.

Cuando le pareció apropiado, Thompson solicitó que lo ubicaran junto a la ventana. Así lo hicieron, dejándolo cómodo y sólo para que pudiera descansar. En cuanto las enfermeras se retiraron, con gran esfuerzo y dolor se recostó sobre un codo para mirar a través de la ventana. ¡Solo se veía una pared blanca!

Nuestra actitud frente a la vida es la que marca la diferencia en el mundo: algunas personas encuentran una pared blanca y solo ven pintura seca y descascarada; otras, en cambio, ven hermosas oportunidades y un gran abanico de posibilidades. ¿Cuál es nuestra actitud hoy? En Dios hay esperanza. Con Él tenemos la capacidad para comprender que, aunque las circunstancias que enfrentamos no sean un lecho de rosas, Dios reina en nuestra vida con victoria.

Bendeciré a Jehová en todo tiempo;
Su alabanza estará de continuo en mi boca.
Salmo 34:1

 Tomado del libro Conectado con Dios.
Autor: Jim Burn