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viernes, 20 de agosto de 2010

Bálsamo

Bálsamo
En siglos pasados, se plantaban en terrazas las arboledas de bálsamo en las colinas al sur de Jerusalén. También se cultivaban en los campos al este del río Jordán, en la región conocida como Galaad. La savia que tenía grandes y valiosas propiedades medicinales para ayudar a sanar las heridas. El bálsamo se usaba en especial para tratar picaduras de escorpiones y mordeduras de serpientes. Debido a que los escorpiones y las serpientes abundaban en las zonas desérticas de Judea y de todo el Oriente Medio, el bálsamo era muy valioso y era importante artículo de exportación a lo largo de las antiguas rutas comerciales.

El “bálsamo de Galaad está identificado con Jesús. Él es el que sana nuestras heridas.

Cada día viene con la posibilidad de que suframos picaduras y mordeduras, tanto en sentido literal como figurado. Aunque no siempre son mortales, estos “golpes” del enemigo son, no obstante, hirientes y perjudiciales. ¿Cómo les aplicamos el bálsamo de Jesucristo?

La mejor manera es mediante la alabanza. En cualquier momento que nos veamos bajo ataque o heridas, podemos dirigir nuestra mente a Cristo con una palabra, pensamiento o cántico de alabanza.

Por ejemplo, si nos sentimos atacados por un enjambre de problemas punzantes, podemos decir: “Te alabo Jesús, tú eres mi salvador, mi libertador y mi ayuda segura”. Si nos sentimos heridos por el fracaso, podemos decir: “Te alabo, Jesús, tú eres mi redentor”.

Si nos sentimos heridos en el corazón por una palabra de crítica o rechazo, podemos decir “Te alabo, Jesús, pues enviaste al Espíritu Santo para que fuera mi consolador”. Si nos sentimos abrumados por las responsabilidades, podemos decir: “Te alabo, Jesús, tú eres mi príncipe de paz”.

A medida que alabamos a Jesús, descubriremos que calma el dolor asociado con un incidente o situación. Él es el Señor de señores, eso incluye cualquier cosa que trate de “señorear” sobre nosotros.

Haz conmigo señal para bien.
Y véanlo los que me aborrecen y sean avergonzados;
Porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste.
Salmos 86:17
  
Tomado del libro Momentos De Quietud Con Dios
Traducción: José Luis Martinez

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